Languidezco
y desemboco en la locura. Mi cuerpo ya no responde a los instintos que lo
nutren de vida. Muero y solo dejo silencio. Mi existencia ha sido tan
efímera que nadie se da cuenta de mi ausencia. No espero la eternidad pero me
sorprendo agonizando y sintiendo entre cada latido un frío intenso que me lleva
consigo. Se quiebra mi conexión con lo que hasta ahora creía real y entro en un
mundo de sombras sin sentido. Cierro los ojos jadeando, intentando alejarme de
mi propio espanto y descubro que no hay nada detrás de la oscuridad. No veo una
luz al final de un túnel ni caras conocidas. El dolor que recorre mi cuerpo me
obliga a permanecer en una extrema vigilia y un miedo descontrolado atenaza mi
capacidad de raciocinio. No recuerdo nada ni a nadie y me enfrento a mi fin
solo y sin fuerzas. Me entrego y en esa entrega encuentro algo de aliento
interrumpido por un inesperado dolor insoportable. Apenas soy consciente de que
sigo luchando, no quiero hacerlo pero mis órganos no responden ya a mi voluntad
y se aferran a subsistir a cualquier precio. Un cóctel químico autoinfligido me
reactiva entre estertores por apenas unos segundos, lo suficiente para hacerme
ver la imperativa importancia de lo que está sucediendo. En lo universal no soy
más que una mota de polvo que se retuerce sin aceptar que han acabado sus días,
sin embargo el dolor lo embarga todo. El
ego lucha por sobrevivir, hacinado en un espacio claustrofóbico, agonizando por
momentos y sintiéndose derrotado al fin. Sin identidad, sin dolor ni
consecuencias, mi cuerpo yace sobre un manto de sangre y relaja cada uno de sus
músculos descubriendo por primera vez su total lasitud. En ese mismo instante
noto vibrar algo en mi interior, me desvanezco, solo oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario